Por Katia Miguelina Jiménez Martínez. (katia_miguelina@yahoo.es)
Es muy conocido por todos el refrán que dice “si quieres saber quién es Mundito, dale un carguito”, el cual alude a quienes sintiéndose elevados en poder son al mismo tiempo incapaces de medir el daño colateral que pueda producir su voluntad, precisamente, de poder.
Hace poco visité una oficina pública y allí fui testigo del maltrato que le fue dispensado a una humilde mujer por un funcionario público de tercera categoría, viéndome obligada a intervenir a su favor sin conocerla, pues no pude resistirme a la idea de hacerle entender a ese otro “Mundito”, pues andan muchos por ahí, que como funcionario público su actuación debe estar dirigida a satisfacer necesidades de interés general, o sea de los administrados, y no a demostrar quién es el jefe.
La experiencia que antecede me motivó a hacer esta reflexión sobre la idiosincrasia del “Mundito” dominicano, personaje al cual el poder lo hace creer dueño y señor del universo, en perjuicio de la realización de los fines del Estado. Y que conste que este análisis engloba a toda clase de funcionario público.
“Mundito” cuando accede al cargo cambia su carácter hacia la prepotencia sobre los demás seres humanos. La prepotencia es la cualidad de sentirse poderoso, dominador de quienes nos rodean. Este tipo de personas no saben aceptar un NO por respuesta ante ninguna situación, aunque parezca que están en capacidad de comprenderla, realmente casi nunca la aceptan, ni tampoco que el resto de la gente no piense, ni sea como ellos. Por lo general, “Mundito” queda atrapado en las redes de su prepotencia y se ha dejado embriagar y obnubilar por su dulce aroma a “jefismo”.
Es una situación penosamente común en la función y en el servicio públicos, cuando debiera ser todo lo contrario, pues ha de suponerse que a la función pública se va a servir y no a servirse, más aun cuando al asumirse una función pública, y hasta privada, el asunto no se limita a demostrar quién es el jefe. Solo el “hombre fáustico” tiene ese tipo de mentalidad.
Cada vez que observo a un “Mundito” no puedo evitar remitirme a algunos libros que Dios ha permitido que yo lea. En efecto, todo “Mundito” debe urgentemente leer el libro de Spencer Johnson titulado “Quien se ha llevado mi queso” en la cual se aprende a adaptarse a un mundo cambiante en el que nos mueven el “queso” sin parar y en el que las personas de mentalidades posesivas terminan siendo los perdedores. Mientras que en el pasado queríamos empleados leales, hoy necesitamos personas flexibles que no sean posesivas con “la manera de hacer las cosas aquí”. “A los perdedores les afecta el cambio. Por el contrario, los ganadores son los que generan y lideran los cambios”.
Por igual, todo “Mundito” tampoco conoce, o por lo menos nada aprendió si lo leyó, de un libro esencial, publicado en 1918: “La Decadencia de Occidente” de Oswald Spengler, en el que su autor toma prestado el personaje de Goethe, que se llama “Fausto”. Ese hombre era un sabio que un día se cansó del polvo de los libros y de las soledades de las bibliotecas. Fue visitado por el Diablo encarnado por Mefistófeles, quien le ofrece a Fausto devolverle la juventud, las ansias de vivir, de conquistar los placeres del mundo y todas sus tentaciones a cambio de un pacto, por el cual vende su alma y Fausto acepta.
De ahí que surgiera la caracterización del “hombre fáustico” como aquel que sólo piensa en el poder, sin reparar en el daño que esa voluntad avasallante de gloria, pueda llegar a producir. Voy directamente a algunos de sus pasajes: Fausto declara…”no trato de buscar la felicidad. Quiero el vértigo que ciega, los placeres que dañan, el amor que participa del odio, el pesar que deleita”.
Sigue diciendo Fausto…”Mi corazón curado de la fiebre del saber, debe saborear toda clase de dolores; quiero sentir todo cuanto los demás hombres han sentido; quiero experimentar, como ellos, lo que tiene de sublime el gozo y el dolor; acumular en mi seno el bien el mal”.
Más llanamente hablando, “mundito” o “el hombre fáustico” se cree superior y merecedor de lisonjas, pero no se da cuenta que allá donde va, acaba apestando nauseabundamente, y para colmo de males, existen personas aduladoras y serviles que los mantienen en el auto engaño, complaciéndolos pero en función de sus propios intereses personales. Pero “Mundito” está tan borracho de poder que no repara en esto último.
Sencillamente “Mundito” está ciego porque lo quiere todo. Es insaciable. El vértigo lo absorbe. No tiene otro objetivo que el placer, el éxito, la autosatisfacción. Su ego, crecido por el poder que posee, lo coloca muy lejos de la frase lapidaria pronunciada por John Fitzgerald Kennedy, trigésimo quinto Presidente de los Estados Unidos, cuando conversando con un ciudadano le dijo: “No preguntes qué puede hacer tu país por ti. Pregunta qué puedes hacer por tu país”.
Frente a ese panorama “mundito el fáustico” que se ha elevado en la soberbia y la prepotencia, tarde o temprano habrá de encarnar a la ley de la gravedad que se resume en: todo lo que sube tiene que bajar. Y cuando llega ese momento cabría que “Mundito” se preguntara: ¿Y ahora qué?
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